Entrevistado: Matías Giannoni Licenciado en Ciencia Política y Gobierno con campo menor en Estudios Internacionales por la Universidad Torcuato Di Tella. Trabaja como Asesor en la Gobernación de la Provincia de Buenos Aires, como consultor en el Ministerio de Trabajo, Empleo y Seguridad Social de la Nación, y también como asesor en la Secretaría de Desarrollo Económico de la Municipalidad de San Nicolás. Además fue asistente de investigación en proyectos de la UTDT, UNSAM, UNICEF y actualmente trabaja en una investigación para University of Notre Dame.
-¿Cuál es, en la actualidad, el rol que tiene la oposición en la política?
-“El rol de la oposición en términos normativos es el de ser propositiva, de presentar una alternativa de gobierno que se pueda ubicar en un continuo ideológico en el cual los votantes puedan elegir entre un programa y otro acorde a su ideología, y al mismo tiempo, acorde al programa que consideren más eficiente para lograr un objetivo dado. Personalmente creo que las posiciones ideológicas son más bien estáticas y por ende los programas no deberían tener mucha variabilidad en el tiempo, es decir, los programas son una cuestión más bien técnica, mientras que los objetivos son una cuestión política. Por ende, en un mundo ideal, la oposición (y más en general, los partidos, en plural, que no son oficialismo) deberían presentar programa acorde a los objetivos que los diferencian.
En Argentina, eso no ocurre, sino que la oposición la mayoría de las veces declara tener objetivos concurrentes a los del oficialismo, o el oficialismo a los de la oposición: ambos hablan de desarrollo, crecimiento, industrialización, inclusión social, progresividad, etc. salvo aquellos que son claramente definibles en un extremo ideológico, como el PRO, a pesar de que en términos discursivos el PRO no manifieste una ideología clara, si lo hacen sus votantes y su programa efectivo de gobierno. Para tomar un partido en el otro extremo ideológico pero que no es oposición en el sentido de Sartori al no tener peso parlamentario, podemos mencionar a cualquier partido de izquierda, como el Frente de Izquierda. Fuera de esos extremos, todos los partidos más o menos dicen compartir objetivos: UCR, FPV, FAP, etc.
Con ese problema discursivo, si se suma un contexto de relativa debilidad parlamentaria, de desinstitucionalización de los partidos, de bajo arraigo territorial y ante la falta de los instrumentos organizacionales característicos que definen a una maquinaria partidaria, la oposición tiene como único sustento la construcción mediática, es decir, aquella que solo consigue poder mediante la exposición en medios que penetran de una forma no territorial, sino a través de la televisión. Esto tiene el punto a favor de la exposición constante, pero la desventaja de la ausencia del vínculo personalizado que construyen los partidos que tienen una auténtica extensión territorial con militantes y activistas que trabajan constantemente.
De nuevo, en ese contexto, donde además se dice compartir los objetivos, lo único que le queda a la oposición es la denuncia, erigirse en un agente de accountability gubernamental. Por un lado, ese es un rol democrático legítimo, pero por el otro, la Constitución asigna a la oposición ese rol en un nivel institucional, que es el que constituyen la Auditoría General y la Sindicatura General. Por ello, si la oposición es sólo un ente de accountability horizontal, pierde su objetivo, que debería ser conquistar cargos políticos. Y de hecho, eso es lo que ocurre, dedicada a un rol de denuncia, sin construcción territorial ni extensión, sin un discurso ni un programa alternativo coherente, la ciudadanía no ve a la oposición como una alternativa de gobierno. En todo caso, en el extremo son percibidos, por aquellos que rechazan al partido de gobierno, como un grupo de interés más que tiene algún objetivo concurrente que es el cambio de gobierno.
El modelo de partidos políticos que excedan lo mediático es clave para sistemas presidencialistas que requieren de partidos fuertes, con capacidad de alternarse en el poder. Con partidos poco institucionalizados, con poca extensión y construcción, la democracia se vuelve frágil, porque aparecen muchos grupos que no logran tener canalizados en la arena política sus demandas y reclamos.
Para mirar el modelo ideal de un presidencialismo de larga data tomemos a Estados Unidos, tiene dos partidos que, aunque muchos consideren que son concurrentes en varios temas, y diversos hacia adentro, en general en los grandes temas de política tienen diferencias muy marcadas. Pero comparten la característica de ser dos partidos muy institucionalizados, muy legítimos, y ambos, Demócratas y Republicanos, tienen chances certeras de conseguir los cargos máximos en cada nueva elección, representando a sectores sociales muy diferentes, trabajadores, empleados públicos, sindicatos, clase media el primero, clase media alta, sectores rurales, clases altas y corporaciones el segundo”
-Durante las discusiones a cerca del voto a los 16, ¿cree usted que algún grupo opositor tuvo una fuerte presencia?
-“En el debate sobre el voto a los 16 los únicos que mostraron una coherencia interna más clara y un discurso criterioso fue el bloque de la UCR, al menos en el debate en diputados, donde dejaron en claro que acompañaban en general la iniciativa, por ser conforme a sus principios, y que no objetarían a pesar de que ellos veían claros objetivos político-electorales del oficialismo, y que consideraban que aún con esa medida esos objetivos no se conseguirían”
-¿Qué cree que le faltó a la oposición para que sus demandas fueran incluidas en la ley?
- “En general en la oposición no había un objetivo claro respecto del voto a los 16, y la mayor parte de la oposición coincidía en la importancia de sancionar una ley de este tipo. En tanto se trataba de un proyecto en general neutro, donde había discusiones de fondo de técnica jurídica pero que no hacían al fondo de la medida, y en sintonía con un discurso democratizador que atraviesa a la oposición, la medida no les parecía mal. Hubo dos grandes temas en la discusión, el primero la obligatoriedad o no del voto, tema más jurídico que político y que se resolvió utilizando la misma fórmula que en el antecedente a otra excepción que es la de los mayores de 70 años, y el segundo, la intención de algún sector de la oposición de hacer que la reforma corriera desde después de 2013 por la supuesta intención del oficialismo de utilizar ese nuevo input de votos a favor suyo para una reforma constitucional. Este segundo tema, más abstracto, no encontró un eco unificado en ninguno de los partidos opositores, ya que planteaba dificultades de implementación sumadas al sinsentido que tenía la sanción de una norma que concedía un derecho pero que al mismo tiempo decía que por determinado tiempo no se iba a cumplir. Al margen de ello, cualquier modificación hubiese tenido que atravesar comisiones con mayoría oficialista y presidentes oficialistas, y no hubiesen resistido una votación en plenario dada la marcada mayoría de oficialismo y aliados”
Carrere Gómez, Rafaela
No hay comentarios:
Publicar un comentario